5 de octubre de 2009

Entrevista a Hirokazu Kore-eda

Usted ya habló de la pérdida y la ausencia en películas como Distance y Nadie sabe. ¿Qué le atrae de ello?

Realmente no lo sé. De todos modos, esta película nació de un hecho muy cercano e inmediato: la muerte de mi madre.


¿Cómo lidió con el peso del luto mientras rodaba?

Me alimenté de él. Intenté comprender el sufrimiento, concretarlo en recuerdos e imágenes de mi niñez y mi familia. Rodar fue casi terapéutico, una forma de poner distancia.


¿Cuánto hay de usted en los miembros de esta familia?

Mucho, sobre todo en Ryota, el hijo que pasea por la casa pensando solo en sí mismo, insensible a los problemas de los demás. Y también en Atsushi, su hijastro, que no tiene una mirada infantil, sino fría y distanciada. Yo solía ser así.


Still walking funciona a través de pequeñas piezas de información y de fragmentos de conversaciones. Su narración es casi elíptica.

No quería decirlo todo sobre esta familia. Deseaba ofrecer tan solo pequeñas pistas, de modo que la imaginación del espectador se ponga en marcha y acabe de construir el retrato de esta familia. Es el mismo proceso que usaban los pintores impresionistas.


Las similitudes de la película con los Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu resultan evidentes. ¿Son intencionadas?

Comprendo que la gente pueda asociar algunos de los motivos y de las relaciones humanas de mi película a los que aparecen en las de Ozu. No lo hice conscientemente, pero me gusta la comparación. Sin embargo, creo que si mis padres aparecieran en una película no sería en una de Ozu sino en una de Mikio Naruse. Los personajes de Ozu son gente muy recta y de actitud calmada, mientras que los de Naruse son seres más defectuosos, pueden engañar y hasta ser crueles.


¿Percibe usted un cambio en los valores familiares en el Japón moderno?

Cuando yo crecí, a principios de los años 70, las familias solían pasar la vida en el comedor, allí comían y veían la televisión. Pero ahora los niños tienen televisión en su propia habitación y ya nadie se sienta en la mesa para comer. Las reuniones familiares como la que Still Walking retrata, en las que dos o tres generaciones se reúnen a comer tempura, solo tienen lugar una o dos veces al año.

Por Nando Salvá
Publicado originalmente en elperiodico.

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