Martes, día 3 de Noviembre de 2015
(Duración: 177 minutos)
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Título original: Trydno byt bogom
Año: 2013
Duración: 177
min.
País: Rusia
Director: Aleksey German
Guión: Aleksey German, Svetlana Karmalita (Novela:
Arkadiy Strugatskiy, Boris Strugatskiy)
Fotografía: Vladimir Ilin, Yuri Klimenko
Reparto: Leonid Yarmolnik, Aleksandr Ilyin Jr., Yuriy
Tsurilo, Yevgeni Gerchakov, Aleksandr Chutko, Oleg Botin, Dmitri Vladimirov, Laura
Lauri, Pyortr Merjuryev
Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la
civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de
los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de
la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un
decenio. (FILMAFFINITY)
4 comentarios:
En efecto, parece como si el director se hubiera metido dentro de un cuadro del Bosco y se hubiera puesto a grabar. Como el cuadro está vivo, los estrambóticos personajes se mueven de un lado para otro, se amontonan, nos miran y nos dejan pasar, quizá porque vamos acompañando al que parece ser el jefe. Se oyen conversaciones, pero no sabemos muy bien quién habla o a quién se dirige. Y todo con un plus de excrementos, vísceras y barro. A los cien minutos aproximadamente me salí para tomar un respiro con mis amigos, que se habían salido quince minutos antes. Cuando volví a entrar todavía tuve tiempo de ver las últimas escenas: unos hombres a caballo abandonaban un pueblo en medio de un paisaje sombrío y nevado. Me gustó.Lo mismo tengo que intentar verla otra vez que me encuentre en forma. Hoy no lo estaba.
Radical, extrema obra de arte cinematográfico que adapta de manera libre la novela de ciencia-ficción de Arkadi y Boris Strugatski Qué difícil es ser Dios (Trudno byt bogom, 1964). El realizador ruso Aleksey German, fallecido en febrero de 2013, tardó más de una década en poder sacar adelante este monumental proyecto que ya quiso dirigir a finales de los años sesenta, y que finalmente sólo vería la luz tras su muerte, gracias al empeño de su mujer y coguionista, Svetlana Karmalita, y al de su hijo, el también cineasta Aleksey German Jr.
En el filme que nos ocupa, de casi tres horas de metraje, German recurre a un futuro que en realidad es pasado para hablarnos del presente. Su representación del caos moral y material (traducido también a un intencionado caos narrativo) no encuentra parangón en la historia del cine. A través de una apabullante escenografía, que por su carácter grotesco, detallado y acumulativo remite a los cuadros de El Bosco y Brueghel el Viejo, el autor de Control en los caminos introduce al espectador en una atmósfera bárbara, claustrofóbica, embarrada y pestilente por la que pululan sin rumbo fijo personajes de aspecto repugnante que no paran de escupir, moquear, balbucear sin sentido, hurgarse la nariz, tirarse pedos y emitir todo tipo de fluidos corporales. El objetivo no es otro que mostrar la condición más baja del ser humano. Un carnaval dantesco propio de un estercolero que en manos de German adquiere la dimensión de arte mayúsculo gracias a una minuciosa puesta en escena definida por su horror al vacío (hórror vacui). Cada plano está repleto de elementos que llenan el encuadre (de los techos cuelgan armaduras, embutidos, lanzas, espadas, escudos, perros ahorcados…), con personajes que se cruzan en el camino de la cámara yendo de aquí para allá. Asimismo es frecuente verlos dirigirse al objetivo o colocando directamente sus manos delante de él. El director utiliza largos planos secuencia, ejecutados cámara en mano, para recorrer junto a don Rumata, “el observador”, las ruinas del castillo Tocnik, en la República Checa.
Qué difícil es ser un dios, como el material literario original, tiene una lectura política evidente, de crítica hacia el autoritarismo político y hacia la censura del pensamiento intelectual (en Arkanar se persigue y ejecuta a los sabios). También sociológica: la civilización de Arkanar se encuentra estancada en el Medievo. O lo que es lo mismo, en el estadio del feudalismo donde, según la ideología marxista, existe una diferenciación social esencial entre hombres libres y siervos. Por ese estadio deben pasar todas las civilizaciones en su evolución hacia la etapa socialista (la de la URSS de la época de los Strugatski). En ese sentido, don Rumata y los demás estudiosos terrícolas enviados al planeta, esperan un primer paso (que no se da) hacia el Renacimiento. Por último, hay en la película una interesante lectura teológico-filosófica, a la que precisamente alude el título, y que está relacionada con la doctrina del libre albedrío. Don Rumata es un “dios” que tiene prohibido intervenir en la evolución de Arkanar, que, por tanto, queda en manos de la voluntad (he aquí el libre albedrío) de sus habitantes.
En conclusión: una obra áspera, difícil, única e irrepetible que, a buen seguro, irá ganando adeptos con el paso del tiempo, y generará no poca controversia entre la comunidad cinéfila.
RICARDO PEREZ
SIGLO XXI
LOS MISERABLES. Nota de Roger Koza sobre Hard to Be a God de Aleksei German.
No es solamente una película, es antes que nada una experiencia óptica, sonora, física, y en cierto sentido metafísica, en imágenes y sonidos. La sexta película de Aleksei German, su elegía civilizatoria o la constatación visceral de que nuestro mundo es irredimible, más allá de su exigencia extrema, tiene una contundencia semejante a la que se experimenta frente a un volcán en erupción o a cualquier fenómeno extremo de la naturaleza que pueda calificarse de sublime. La materialidad del film se impone, es irresistible.
Unos 30 científicos terrícolas están de incógnitos entre los habitantes de este “Doppelgänger” de la Tierra llamado Arkanar. Tienen una condición impuesta: no pueden revelar de dónde vienen y tampoco intervenir con sus saberes para cambiar el devenir de los acontecimientos. Uno de ellos es Don Rumata. Este presunto hijo ilegítimo de Gorán, un dios pagano para los locales (lo que explica un poco su conducta desinhibida y eventualmente despótica frente al resto de los mortales), quiere dar con el paradero de un sabio conocido como el Doctor Budakh. Es posible que quiera salvarlo del ejército de los hombres grises, esa caterva que ha eliminado a los intelectuales y quemado las universidades. El relato se circunscribe a esta búsqueda, pero aquí no importa tanto el argumento sino el laberíntico movimiento de su protagonista por los recovecos de pasillos y casas, lo que sugiere, entre otras cosas, una yuxtaposición constante entre el orden de lo privado y de lo público. No hay recintos de intimidad, tampoco una delimitación entre el afuera y el adentro. El hacinamiento define aquí una forma de estar en el mundo.
German organiza la experiencia espacial a través de planos secuencias que, si bien van recorriendo sin detenerse los corredores abiertos de este universo fangoso, tienden a reducir la profundidad de campo y todo horizonte debido a una invasión programática de la perspectiva por parte de cientos de personajes, animales y objetos, como si la lógica formal de la película estuviera constituida por un imán que lleva a todo lo existente a hundirse al punto de registro. Claustrofobia metafísica y física de una civilización fallida, Duro ser un dios ordena su puesta en escena en pos de exponer formalmente una distopía cósmica.
La clave reside en la materia del film. No hay aquí efectos digitales destinados a inventar un mundo. El delirante trabajo minucioso sobre la composición de objetos para que apuntalen la credibilidad de este territorio, la forma de concebir el espacio en el registro, todo esto sumado a una sonoridad omnipresente en la que las voces se despegan de los emisores a la vez que los utensillos adquieren una musicalidad primitiva irreconocible, revelan una poética de un cine de otro tiempo. De lo que se trata aquí es de “descubrir” una segunda naturaleza que se despliega como si se tratara de un cosmos que evoluciona frente a los ojos. Más que un director de cine, German es un demiurgo.
Tras 13 años de rodaje y montaje, la última película de German es tan devastadora como memorable. En el fondo, se trata de un doble juego de extinción. Primero, la extinción de la clarividencia tardía de un director que entiende que la voluntad de poder es la forma dominante de nuestros comportamientos colectivos y que cualquier otra posibilidad de organización colectiva que conjure la brutalidad es casi inconcebible. El ideal de una humanidad luminosa es imposible. Segundo, la extinción paulatina de una tradición a la que pertenecía German. ¿Quién podrá hacer en el futuro películas como Duro ser un dios? German ha muerto, Jancsó también y Tarr se retiró. He aquí una especie cinematográfica en extinción. El cine del siglo XX muere de a poco.
Si estamos ante una experiencia física, sensorial, óptica....y necesitamos tantas palabras en los comentarios, mi experiencia me dice que algo falla y estamos repitiendo lo escrito por ciertos gurús.
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