
AÑO. 1950
DURACIÓN. 99 min.
PAÍS. India
DIRECTOR. Jean Renoir
GUIÓN. Rumer Godden & Jean Renoir (Novela: Rumer Godden)
MÚSICA. M.A. Partha Sarathy
FOTOGRAFÍA. Claude Renoir
REPARTO. Patricia Walters, Adrienne Corri, Nora Swinburne, Esmond Knight, Arthur Shields, Thomas E. Breen, Radha Shri Ram, Suprova Mukerjee, Richard Foster
2 comentarios:
Nada extraordinario hay en la cinta, nada excesivo, nada demasiado dramático o demasiado feliz. Sólo el discurrir de la vida, el tránsito hacia la madurez, tantas veces contado con una convulsión hermana del desajuste hormonal que retrata. La cinta no está jalonada por ritmo alguno, ya sea en el sentido narrativo o en el meramente circular. No se puede decir que sea una película sin ritmo porque tal afirmación implicaría una carencia, una falta. Más bien ocurre que El río vive al margen del ritmo, como si éste nunca hubiera existido y no fuera a existir jamás. Una naturalidad que parecería casual si no fuera porque es la misma con la que Renoir aborda el sexo en sus primeras películas, no emancipándose de los atavismos puritanos, sino con la desenvoltura del que parece ni siquiera conocerlos.
La vieja metáfora del río de la existencia cobra una extraña verdad en esta película, como si siempre hubiera estado ahí pero nunca antes hubiera sido dicha. Y la película se hermana con la vida y el río en ese discurrir de meandros y crecidas, de remansos y rabiones que no marcan ritmo alguno, que no conocen otra cadencia que el indescifrable murmullo de sus aguas.
Cuesta entenderlo hoy para quienes vivimos un tiempo cíclico, redondo como las esferas de los relojes que nos dirigen, basado en el compás de la estaciones, en la rutina de actos reiterados condicionados por el ciclo lunar o la frecuencia de los semáforos. Pero aún hay ocasiones para entender la lucidez de Renoir. Basta dedicar un viaje por carretera o tren a contemplar el paisaje cambiante y caótico que se aparta a nuestro lado, que se sucede en la ventanilla sin frecuencias o cesuras. Dejarse mecer por el modo en que sus perfiles se modulan y encrespan, sus formas y colores se suceden en transiciones perfectas, como si no pudiera ser de otro modo. Una forma de emanciparse del ritmo, de percibir, si quiera por unos instantes, la ilusión del tiempo suspendido, que es tanto como soñar por unos segundos que hemos vencido a la muerte.
Ciertamente El Río es toda una experiencia para los sentidos. La precisa fotografía de Claude Renoir, la cadencia de los planos y esos maravillosos insertos entre secuencias, consiguen que por un poco más de una hora, estés en otra dimensión. ¡Qué poco hemos aprendido de Jean Renoir¡
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