
Estrenada el 5 de junio de 1944 en el Palacio de la Música, en la Gran Vía madrileña, donde permanecería cuatro semanas, la crítica tendió a destacar la labor del director por encima del conjunto de la película, subrayando la sencillez y soltura cinematográfica con la que Gil había resuelto “un tema tan anticinematográfico como el teatro benaventino”, “fiado al juego de palabras”; la exacta medida de un filme ágil y divertido o, en fin, el dinamismo y el brío cinematográfico otorgados por el cineasta a la cinta, “seguro siempre del matiz suave y la sugerencia sentimental”.
José Luis Castro de Paz Catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela
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