10 de mayo de 2010

Entrevista con Isaki Lacuesta

Decía hace poco Isabelle Huppert que detectaba en la nueva generación de cineastas una mayor imbricación con el mundo del arte contemporáneo. Isaki Lacuesta (Gerona, 1975) es, en este sentido, el máximo ejemplo de director contemporáneo, un artista total de la imagen que extiende sus tentáculos creativos hacia el videoarte, el documental, la instalación artística, la televisión o, en el caso que nos ocupa, el largometraje “convencional” (una palabra que en su caso hay que utilizar con la máxima cautela). Los condenados, filme que llega hoy las pantallas españolas precedido del premio de la crítica en el último Festival de San Sebastián, supone una nueva vuelta de tuerca en el universo de un artista casi total que después de deslumbrar con sus dos primeros trabajos para la pantalla, los falsos documentales Cravan vs. Cravan y La leyenda del tiempo, se lanza de cabeza a la ficción pura y dura con un filme plagado de silencios y claroscuros en el que se pone en tela de juicio los desvelos revolucionarios de toda una generación de suramericanos.

Una jungla especial

Los condenados nos conduce hasta una selva ignota que podría ser cualquier selva. La intención, según Lacuesta, era “que cada uno pudiera imaginar su propia historia. He conocido a chilenos o argentinos que han identificado a un grupo armado específico. No quisimos ser tan precisos para poder ser más libres”. En esa selva se unen dos generaciones entre las que Lacuesta establece un diálogo sin solución de continuidad. Por una parte, los mayores, ex guerrilleros de una guerra perdida en contra del capitalismo incapaces de superar los viejos días de gloria, que pesan sobre ellos como una losa tanto por lo que tuvieron de excitantes como de terribles. Por la otra, una nueva generación representada en esos excavadores que buscan sin descanso el cuerpo de Ezequiel, ex compañero de sus mayores que murió en plena batalla en circunstancias no aclaradas. Con estos elementos, Lacuesta realiza un filme sobrio y denso: “Era muy importante que cada personaje tuviera unas razones y supiera defenderlas más allá de mi punto de vista o el de mi coguionista [Isa Campo]. Nos estuvimos planteando mucho tiempo qué debía quedar implícito y qué explícito. Al final creímos que era importante que el espectador recompusiera una parte de la historia, es un filme que le exige reflexión”.

La elipsis es, por tanto, el principal recurso retórico que utiliza el cineasta para contar una historia en la que no sólo luchan viejos contra jóvenes, sino todos entre todos: “Me han preguntado muchas veces por la conexión de esta película con el debate que surge en España respecto a la Memoria Histórica. Mi idea es que no se trata de un filme sobre el pasado sino sobre el presente y el futuro. Lo esencial es darse cuenta de que, precisamente, ese presente y futuro se escribe en función de cómo interpretemos lo que ha sucedido”. En este sentido, Martín y Raúl, ambos ex guerrilleros, representan la cara y la cruz . El primero apuesta por enterrar las viejas fórmulas y descreer de la violencia. El segundo, por traspasar a las nuevas generaciones la necesidad de proseguir con los objetivos revolucionarios.

Mensaje universal

Efectivamente, en Los condenados cada personaje expresa sus razones y la película no los juzga. Pero surge un mensaje nítidamente contrario a la violencia aplicable en todas partes, no sólo al otro lado del Atlántico: “La película surge de dos impresiones. Por una parte, un viaje por Suramérica en el que conocí a muchas personas que habían estado involucradas. Es terrible esa jerarquía entre los muertos y los vivos. Los primeros pasaban como mártires y casi parecía que los segundos tenían que sentirse culpables por seguir con vida. En la escala más baja están los exiliados. Me parece espantosa esa idea de juzgar a los demás tan a la ligera. Y la segunda impresión fue la filmación de unas excavaciones a las que acudí con Pere Vilà. Allí vi claramente dos realidades superpuestas: el pasado y el presente. Una ilumina a la otra”.

A partir de aquí, el filme toma a Camus como referente. “Ahora puede parecernos asombroso, pero en España hasta mediados de los años 80 muchos medios de comunicación le encontraban una justificación a ETA o la trataban como un movimiento liberador. Si nos remontamos más allá, gran parte de la intelectualidad y la opinión pública occidental apoyó movimientos revolucionarios como los del filme. Camus fue de los pocos que se plantó y dijo que no se podía matar a personas en pos de un hombre futuro y nuevo que tendría que nacer. El francés no era tan ingenuo como para pensar que algunas veces la violencia era el único camino posible, pero tenía razón al creer que siempre era un fracaso”.

Los condenados, una fábula moral antes que una película realista, explica desde su propio título la idea de que todos somos “víctimas” de nuestros actos, de que lo que hemos hecho de una manera u otra nos afectará el resto de nuestras vidas por mucho que todo haya cambiado desde entonces: “Me gusta la idea de que jamás sabremos cómo hubiéramos actuado en un determinado contexto histórico pero sí podemos jugar a ponernos en la piel de los demás. Eso es lo que pretende la película, que cada espectador entienda las razones de los personajes para saber en qué lugar se coloca”.

Barceló, Ava Gardner y Kawase

Lacuesta contesta las preguntas de El Cultural en un poblado de Malí, en el País Dogón, donde Miquel Barceló vive una buena parte del año. Allí está rodando su nueva película, Los Pasos Dobles, en la que volverá a mezclar ficción y documental en un proyecto único que será uno de los grandes estrenos del año que viene: “Hemos partido de varias ideas. Por una parte, está la representación de la performance Paso Doble (que Miquel Barceló ya ha presentado en diversos lugares de Europa) en el mismo lugar donde surgió. No tenemos ni idea de cómo reaccionarán los africanos. Por la otra, está la búsqueda de la cueva que pintó el artista maldito François Augiéras, con el que Barceló siente una fuerte conexión espiritual. Se trata de un escritor y pintor que huyó de la civilización y terminó viviendo como un eremita en esa cueva que buscamos”.

Lacuesta también prepara un filme sobre Ava Gardner en el que reflexionará sobre los estragos del tiempo en su rostro. Además, en la Fundación Suñol de Barcelona expone su yuxtaposición de imágenes extraídas de Google Earth con las reales. Y aún tiene pendiente de estreno su correspondencia fílmica con Naomi Kawase, In Between Days. Lo dicho, un artista total.

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